CORSO MAZZINI

(segundo trediconti)

Juan Carlos Méndez Guédez



1
Es más sencillo imaginar una fotografía que imaginar una calle.

2
La calle: edificios repetidos; árboles desnudos. Una calle larga con olor a tomates maduros.
Una mujer de ojos azules y asustados mira a la cámara. Lo hace en el momento del flash.

3
¿Crepitación, relámpago?

4
La mujer piensa y mira. Piensa en que acaba de casarse; piensa en el viaje que hará por barco; piensa en un lugar llamado Venezuela; piensa en los hombros fuertes de su marido; piensa en el queso muy blanco que desayuna en las mañanas; piensa en el rostro de sus padres; piensa en el olor a humo de su pueblo.

5
La mujer nunca ha leído a Borges. Es improbable que alguna vez lo haga pero intuye el miedo a la duplicación, el temor de verse repetida en una imagen.
Mira la cámara. Sólo es una mirada azul que se expande con tersura en el color de esa tarde invernal.

6
Dijo Bolívar Coronado que las fotos ajenas son nuestros oscuros espejos.
Quizás.
Una posible certeza: las fotografías guardan en sí mismas varios tiempos. No digamos tiempos infinitos; la exageración siempre nos pierde. Digamos varios tiempos.
El momento más banal es el de la foto misma: manos que sudan, sonrisa forzada, sensación de que una luz nos apunta y se clava en medio de nuestros huesos. Luego están todos los tiempos cuando la foto es observada. Un presente que extrae un trozo del pasado y lo actualiza.
Cada vez que miramos esa fotografía la mujer posee veinte años y la inminencia de un viaje a Venezuela.
La mujer está asustada otra vez. Ahora la contemplo y de nuevo tiene miedo: en pocos días tomará un barco en Nápoles, subirá hasta Génova, pasará por Barcelona; por Santa Cruz y llegará a La Guaira.
Han pasado cincuenta años, pero de nuevo la mujer se encuentra detenida en la inminencia de ese barco.

7
El padre de la mujer suele pasear por la calle Corso Mazzini de Cosenza.

8
Ahora Corso Mazzini tiene varias manzanas cerradas al tráfico. Es una calle llena de balcones amables, edificios color naranja, azul, grandes macetas rodeadas de asientos; esculturas; tiendas lujosas.
¿Cómo pudo ser esa calle en 1960?
Imposible pensar en ese esplendor provinciano de ahora. ¿Edificios rotos, quizás? ¿huellas de los bombardeos? ¿mercadillos miserables? ¿olores recios? ¿cuerpos huesudos?
El padre de la mujer suele pasear por la calle Corso Mazzini y una tarde descubre que su hija lo contempla.

9
Padre dice que me mira todas las tardes.
Me siento triste al leerlo en sus cartas.
Dígale que cambie de ruta, que yo estoy bien, que me encantan los helados, madre, dígale que aquí en Venezuela puedo comer helados todos los días.

10
La primera vez se asustó. El padre de la mujer conocía de memoria esa fijeza de los ojos, ese brillo líquido. Pero esa familiaridad fue la que le produjo tanta extrañeza. Reconocer la presencia amada de lo que vive tan lejos.
Un fantasma vivo.

11
La fotografía repite una y otra vez el viaje.
Lo hizo con el padre (me mira triste)
Lo hizo con los hijos que muchos años después contemplaron ese retrato (nos mira esperanzada).
Lo hace ahora, cuando yo escribo (me mira con miedo).
El barco aguarda.
La mujer mira a la cámara. Es un retrato sencillo, una fotografía que le han solicitado para los documentos de la oficina de emigración.

12
Un día de 1960 en la calle Corso Mazzini la mujer sigue mirando asustada.
Ahora ella vive en Venezuela y rara vez tienen noticias suyas. Pero sigue mirando, sigue contemplando esa calle de Cosenza.
Las personas de la tienda han quedado tan contentas con la foto que la utilizan como publicidad.

(Dice Fernando Iwasaki en un precioso artículo sobre el modo en que se percibe a quienes viven a mucha distancia de sus familias: “¿Alguien se estará despidiendo de mí? Quizás, pues los que estamos lejos somos los muertos de los otros”).

13
En enero de 1961 el padre entró a la tienda. Pidió comprar ese retrato.
Luego guardó la foto. La guardó durante años sin volver a mirarla. En un cajón.

(inédito)