Enrique Vila-Matas

Me encontraba extasiado, un día, contemplando en un museo Autour du Lac Noir (Alrededor del lago negro), un lienzo del pintor mallorquín Miquel Barceló, cuando de pronto alguien me habló de un antiguo anuncio de la casa Ford de automóviles que decía así: “Usted puede escoger el color que quiera, siempre que sea el negro”.



CONFESIÓN

Juana Salabert

El verano de 1999 regresé a “Mirage”, la vieja casa familiar de mis veraneos infantiles próxima a La Rochelle, a petición de mi padre. Me había avisado de que tía Florence estaba enferma, “lo bastante mal como para no distinguir una época de otra y abismarse en recuerdos dudosos… regodeándose en absurdidades de pésimo gusto en las que se culpa a sí misma hasta del asesinato de Henri IV”, apuntó malhumorado. Y añadió que la anciana insistía en verme con terquedad rayana en la obsesión.



CORSO MAZZINI

Juan Carlos Méndez Guédez

1. Es más sencillo imaginar una fotografía que imaginar una calle. 2. La calle: edificios repetidos; árboles desnudos. Una calle larga con olor a tomates maduros.Una mujer de ojos azules y asustados mira a la cámara. Lo hace en el momento del flash.




UN ATAQUE DE LENTITUD

Juan Carlos Chirinos

He tardado en iniciar este relato, aunque esos tres puntos quizá sean suficientes para dejar constancia de mi situación ahora. Estoy hundido, escondido de todos, no quiero ver a nadie. Siempre he sabido que a poca gente le ocurre lo que a mí; es un síndrome extrañísimo: la estadística dice que tan solo una persona de cada diez generaciones padece lo mío. Es una enfermedad que comienza poco a poco, para que el enfermo no se dé cuenta y no pueda ocuparse de ella hasta que tiene los síntomas muy avanzados. Las primeras manifestaciones del mal aparecen en forma de pequeños ataques de lentitud, que retrasan unas cuantas milésimas de segundo el tiempo del enfermo con respecto a los demás.




EL MONSTRUO DEL PARQUE

Ernesto Pérez Zúñiga


La tarde lluvias de azul y el parque lenta espesura. Caminaba con una de mis abuelas y uno de mis abuelos, muertos de bandos contrarios pero alegres por haberse reencontrado otra vez en la vida. Hacia el fondo de los árboles, entrevimos un gran bulto que voló con torpeza de una copa a otra. Avanzamos. Habíamos oído hablar de él. Más que volar se lanzaba de un lugar a otro y las alas le ayudaban a controlar la caída.




SOY HOMBRE DE UNA SOLA MUJER Y ESA MUJER NO LA TENGO

Nicolás Melini

Él es
un
viejo cono-
ci-
d
o
un poco
mayor que yo,
unos
treinta-
i-
cinco,
pero ahora
está loco.




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Cuentonario, por Juan Carlos Chirinos

Dioses, por Ernesto Pérez Zúñiga

El arte del secreto, por Juan Carlos Méndez Guédez