EL ARTE DEL SECRETO

Juan Carlos Méndez Guédez

De izquierda a derecha: Juan Carlos Méndez Guédez, Juan Casamayor,
Eloy Tizón, Javier Sagarna y Javier Sáez de Ibarra
©Páginas de espuma, 2009


El pasado sábado 17 de enero, celebramos el aniversario de Poe en la librería Tres rosas amarillas. 69 escritores de lengua española hemos sido invitados a participar en la edición de los Cuentos Completos, de Edgar Allan Poe, que acaba de lanzar Páginas de Espuma. Este es el texto que preparé para ese proyecto.

Poe era un mago de la tensión. Sabía crearla, prolongarla hasta el punto máximo de su eficacia y virtuosismo. Ya el título de este cuento El hombre de la multitud contiene dos fuerzas contrarias que expanden las palabras en antagónicas direcciones. Hombre y multitud. Singularidad y masa. Individualidad de un rostro y muro de siluetas indescifrables.

Todo converge en la provocación de este título. Y dijo alguien (¿Anderson Imbert?) que la primera palabra de un cuento es la frase o la(s) palabras(s) con la que lo titulamos. Apertura del relato, puerta, anzuelo, inicial seducción. La narración se abre frente a nuestros ojos con la potencia de una imagen doble que a un mismo tiempo parece combatirse y alimentarse. Título que evoca de manera oblicua la violencia y la complicidad de un acto amoroso (“en el amor, un cuerpo se nutre contra otro”, dice el poeta Rafael Cadenas), y que por lo tanto logra conquistarnos con su promesa de fuerzas encontradas, vibrantes.

El texto se abre aludiendo a lo que es una de las claves de toda intención narrativa: la presencia del secreto. Poe expone lo que se encuentra en el principio creativo de todo escritor: la necesidad del secreto; la seducción de lo que se desconoce y de lo que se oculta. La imagen fundamental de todo relato es ese punto de penumbra que lo inaugura. Una luna negra, que en las narraciones brillantes se disipa, se ilumina parcialmente, pero que da paso a un nuevo punto de penumbra que permite que lo narrado nunca se cierre del todo.

Poe nos introduce en esa atmósfera y luego de anunciar tan llamativas señales ralentiza el cuento, lo estira, lo mueve con pasos breves que se sostienen en una detenida contemplación. Luego retoma la presencia del horror que se oculta en las presencias más obvias. Y el relato se acelera, no sin esbozar para mí ciertas claves fundamentales del oficio de escritor: el espionaje; la perplejidad; la persecución. Una frase incisiva queda retumbando en nuestros ojos: “Qué extraordinaria historia está escrita en ese pecho”. Ese murmullo del narrador nos remite a lo que es la mirada de quien vive a través de las historias de los otros: el mundo como acumulación de signos que pueden y deben ser descifrados.

El cuento es así no sólo la superficie más obvia de su anécdota, sino la posibilidad de descifrar el profundo secreto que insinúan sus primeras palabras.